(Texto de María José Machado para la presentación del libro de los 10 años de Ana y Milena en Cuenca, República Sur, marzo 2016).
Hasta los años 70, con pocas excepciones, la
relación entre el cómic y las mujeres no era buena. Expresiones de la cultura
de masas, con dibujos de líneas sencillas, en el blanco y negro del periódico,
para lecturas apuradas; las historietas eran fundamentalmente escritas y
dibujadas por hombres, dirigidas para hombres y con personajes masculinos. Las
mujeres aparecían esporádicamente en tanto objetos de deseo, con una fuerte
carga erótica y en papeles secundarios y de complemento: como novias o esposas
para recrear la fantasía masculina heterosexual.
Con el tiempo, algunas mujeres comenzaron a hacer
suyo el arte del cómic, con retratos autobiográficos, referencias intimistas y,
en escasos y crecientes ejemplos, con reivindicaciones feministas y denuncias de
la desigualdad vivida por ser mujeres: violencia de género, presión por el
aspecto físico, doble carga laboral, salarios menores y roles destinados a la
domesticidad y la sumisión.
Alison Bechdel, historietista norteamericana, con
agudeza, estableció una regla para detectar la brecha de género en las
películas, con tres pasos. Las películas -o, en general, los productos
artísticos que recrean historias- pasan la prueba si en ellas salen al menos
dos personajes femeninos; si dichos personajes se hablan la una a la otra en
algún momento y si, en dicha conversación, el tema central no es un hombre. Una
variante del test incluye la exigencia de que las dos mujeres sean personajes
con nombre. Parece simple, pero está comprobado ampliamente que sólo un pequeño
porcentaje de trabajos supera la prueba. Ana y
Milena es una de esas tiras que escapa a los lugares comunes.
Ana y Milena, creación de Fabián
Patinho, se ha publicado de manera ininterrumpida en estos últimos diez años, en
las exigencias editoriales de brevedad, agilidad en el dibujo, idea completa,
capacidad de provocar reflexiones profundas o -cosa más complicada- risas, a
través del humor inteligente y crítico. Una década de mostrar con ingenio y sin
tapujos, como en un espejo, a la sociedad capitalista y urbana, de clase
media-alta, blanco-mestiza, en sus vivencias y preocupaciones cotidianas: la
coyuntura política, la denuncia social, las aspiraciones económicas y
laborales, las angustias de la burocracia, el diálogo entre generaciones, entre
hombres y mujeres, la imperturbabilidad, el desenfado, la complejidad de las
relaciones humanas y el amor. Ana y Milena es el retrato de dos jóvenes
capitalinas, profesionales, solteras, que desafían el estereotipo de las
mujeres andinas, y de las ecuatorianas en particular. Ana es una madre atípica
y mordaz y Milena una joven crítica, reflexiva y sensible. Ambas protagonistas
de sus destinos.
Sin quedarse calladas, han escapado a
la censura. En tiempos de Correa se ha impuesto, como nunca, un estado
regulador de contenidos, que amenaza incluso el principio universal de la
libertad del arte y del humor que no sea condescendiente con el poder. Un poder en clave
masculina que se presenta como revolucionario, pero es profundamente
conservador. Un poder que no es de las mujeres, en estos años en que la
participación política femenina ha crecido numéricamente y de manera
inversamente proporcional a la capacidad de disidencia y a la situación real de
la mayoría de las mujeres, a quienes todavía nos es negado el derecho básico a
decidir sobre nuestros cuerpos con autonomía. Un poder que polariza a las
familias, a las oficinas, a los barrios, a los gremios y a las organizaciones
sociales entre seguidores y opositores y cuyas prácticas dejan mucho material
para un anecdotario de paradojas, que las historietas recogen con precisión
militante.
El libro conmemorativo de Ana y Milena nos regala
una colección privilegiada de esas finas ironías de coyuntura, dosificadas con
escenas cotidianas, construidas como caligramas, con monólogos, prosopopeyas,
pensamientos y sobre todo, conversaciones. Ana y Milena es un entretenido
diálogo que ha ido ganando en compromiso social, político y feminista. Esto,
sin perder la estética pop de revista de moda, con dibujos bien logrados por la
mano ágil y creativa que lo es por una mezcla muy complicada de lograr: la del
genio y la del oficio, donde se suman la generosa imaginación y la disciplina;
la cualidad de ser prolífico sin copiarse a sí mismo.
El cómic, que por mucho tiempo no gozó de
consideración entre el arte cultivado, constituye ese puente visual de ideas,
donde ser breve es necesidad y desafío, de cara al consumo sencillo, por un
público amplio y diverso que se pueda identificar en él. De ahí su importancia
política. En Ana y Milena tenemos ese puente, que no ha perdido, en momentos de
una profunda crisis de las libertades en general, y de la libertad de expresión
en particular, la función crítica del humor, del arte y el papel comprometido
del artista.
María José
Machado A.
8 de marzo
de 2016